Irak 2003: la victoria de los depredadores
Blanche Petrich
El 24 de febrero de este año el presidente de Irak Saddam Hussein recibió en uno de sus palacios al conductor de los noticieros de la cadena CBS, Dan Rather. Los televidentes iraquíes, que vieron la entrevista transferida dos días después, no sabían que faltaban solo 21 días para que el gobierno de Rather lanzara contra Irak una guerra de ocupación utilizando una maquinaria bélica con un poder destructivo como no se había visto nunca antes en la historia. Pero quizá los protagonistas sí tuvieran una idea más precisa de las decisiones letales que en ese momento ya se habían tomado.
Rather vestía de negro y Hussein un terno blanco. El periodista, que como todos los de su oficio terminaron por ser un engranaje más de la propaganda del Pentágono, desplegaba una extraña cortesía. Señor presidente, aprecio mucho su paciencia, gracias por su tiempo, la traducción es excelente, es usted muy amable, decía el veterano conductor que ha dado cara a la cobertura de todas las guerras en las que se ha visto involucrado su país en los últimos 25 años. Pero el cuestionario solo tocaba una tecla: Rather buscaba sacarle a Hussein alguna frase le diera la clave al público norteamericano de porqué ese hombre merecía morir y porqué su país debía ser destruido. Y Hussein, viejo lobo de la política, le negaba la anhelada respuesta. Daban la impresión de estar jugando ante las cámaras un ajedrez mortal.
Revisada a la distancia, con los terribles hechos consumados, esa entrevista ya no tiene valor periodístico. Salvo, quizá, por un detalle que en ese momento, vista desde una vieja televisión en un pequeño hotel de Bagdad, me llamó la atención. Rather pregunta varias veces, con frases distintas, si Hussein saldría al exilio o pensaba que podría sobrevivir al ataque estadunidense. Al final, el estadunidense pregunta: "¿Nos volveremos a ver, señor presidente?". Hussein levanta su taza de café y sonríe astutamente. Nada contesta. La entrevista había concluido.
Recuerdo haber pensado en ese momento si la pregunta de Rather no envolvía una amenaza. Hoy pienso que quizá oculte otras cosas más. Y me pregunto si lo vivido los últimos días de abril en Irak no habrá sido una derrota pactada, el pueblo traicionado dos meses.
Durante 27 días las principales ciudades de Irak fueron bombardeadas intensamente. Se calcula que fueron arrojadas 18 mil bombas en 7 mil incursiones aéreas. Es decir, 260 incursiones diarias de los bombarderos que descargaron un promedio de 850 bombas cada día, con su respectiva carga de destrucción y muerte. Cuando se le preguntó al general Tommy Franks sobre el costo humano de esta operación, respondió con una frase inmortal. "Nosotros no contamos las bajas". Un proyecto británico que gracias a Franks se llama precisamente "Conteo de Bajas", Body Count, lleva ya una lista de 2,600 civiles muertos plenamente identificados. Hay además una cifra negra que nunca podrá ser cuantificada con precisión. Hay cerca de ocho mil heridos, entre ellos miles de mutilados atendidos en hospitales totalmente desabastecidos.
Más de siete mil iraquíes han sido detenidos por los ejércitos estadounidense y británico –no, no crea que entre ellos hay alguno de los saqueadores del Museo de la Antigüedad; estos, contratados previamente para vaciar la historia, gozan de protección de los invasores—y los presos son mantenidos en condiciones peores a las que usted conoce de los talibanes en Guantánamo.
Murieron en 27 días de acción militar 12 periodistas. Tres de ellos, el palestino Tarik Ayoub de Al Jazeera, el fotógrafo ucraniano Taras Pryotsuk de Reuters y el español José Couso de Telecinco, fueron asesinados en acciones aparentemente concertadas por el ejército estadunidense, el 9 de abril, en un lapso de cuatro horas.
Salvo algunos intentos aislados de responder militarmente en Um Qasr, Naririya y Basora, en el sur, las fuerzas de ocupación avanzaron con pocos contratiempos hasta alcanzar la capital, Bagdad, Mosul en el norte y terminar por instalarse en Tikrit, el último bastión del régimen. En esta última ciudad, donde se esperaba que se diera la resistencia más sólida, varios jeques tribales divulgaron públicamente su determinación de negociar la rendición pacífica de sus milicias a cambio de la suspensión de ataques aéreos.
Contra todo pronóstico, el régimen de Hussein se desplomó sin desplegar el heroísmo que había anunciado machaconamente. La vida de toda una sociedad quedó desestructurada, desarticulada y a merced de sus enemigos. Irak se quedó sin historia y sin futuro.
Pero ¿y Hussein?
Los primeros días se especuló que él y sus hijos habían muerto bajo los escombros de uno de sus palacios, reducido a polvo por las bombas barrenador que habían penetrado hasta los refugios antiaéreos que se habían construido varios metros bajo tierra. Los voceros del Pentágono llegaron a decir que la destrucción había sido tal que quizá nunca se sabrá si ahí en efecto quedaron los restos del malvado tirano. Pero esta justificación sonaba tan cercana a la ficción y tan similar a la embarazosa escapatoria de Bin Laden que los oficiales no la volvieron a repetir.
Sobre el paradero de Hussein no hay explicaciones coherentes y la prensa estadunidense, como ha ocurrido últimamente, no atina –o no se atreve-- a hacerles a sus gobernantes las preguntas necesarias, las más obvias para despejar la duda. Quizá con ello tratan de evitar respuestas irritadas como una que ya les recetó su presidente: ¡qué pregunta tan tonta!
Pero si la "bien portada" prensa occidental no se lo pregunta, la prensa árabe sí. Y últimamente uno puede encontrar, en especial entre los analistas de Al Jazeera, con su buen ganado prestigio, insistentes conjeturas sobre los posibles arreglos secretos que podrían explicar porqué, en la medida en que las columnas angloestadunidenses avanzaban de sur a norte, las unidades de las famosas divisiones Medina, Nabudononosor y Hamurabi simplemente se hicieron a un lado y las dejaron pasar; porque a pesar de la alta tecnología de los servicios de inteligencia militar del Pentágono, Hussein no ha caído en sus redes. Yo agrego otra pregunta: ¿porqué no aparece, aunque sea como lo hizo Salvador Allende cuando todo lo vio perdido?
No hay respuestas fáciles a la pregunta de porqué la resistencia iraquí cedió sin dar la pelea ante el avance de las tropas angloestadunidenses. El rápido colapso del ejército de Irak seguirá siendo objeto de conjeturas por mucho tiempo. ¿Fue efecto de la combinación e guerra sicológica y inmisericorde golpeteo de los bombardeos, una carnicería bautizada como "conmoción y pavor? ¿O hubo acaso una negociación bajo cuerda entre los invasores y los máximos responsables de la defensa para permitir el fácil pasos de los tanques estadunidenses? Esta pregunta ya fue planteada abiertamente por reporteros de Al Jazeera en una conferencia de prensa al general Vicent Brooks del comando central estadunidense. La evasiva y el tartamudeo que obtuvo como respuesta sugiere que versiones en este sentido no son descabelladas.
Paradójicamente, los medios occidentales no indagan lo suficiente sobre el paradero de Hussein y sí, en cambio, enfocaron tanto su atención sobre este personaje durante los días más terribles de la agresión que de sus pantallas y sus primeras planas llegó a desaparecer la devastación, la desesperación y el dolor de un pueblo agredido y humillado. Hussein el malísimo, sus ostentosos palacios hechos polvo (la ostentación convertida de pronto en un pecado horrible, tan horrible como el mal gusto) y las horribles estatuas cayendo por doquier sirvieron como cortina de humo para ocultar todas las claves del rápido apoderamiento de un país, sumido en la anarquía.
¿Quién puede explicar, pues, porqué los diez mil hombres de la Guardia Republicana nunca entró en acción; porqué los tres mil Saddam Fedayin tampoco combatieron, porqué centenares de combatientes musulmanes convocados por el Corán a enfrentar a los invasores herejes se quedaron solos en las trincheras, desconcertados por la desbandada? ¿Hubo orden de retirarse? ¿Quién la dio? Hussein simplemente desapareció y los jefes del país han ido cayendo o negociando su entrega a las fuerzas de ocupación. Cabe mencionar aquí que los llamados dirty dozen en el lenguaje mafioso de los militares estadunidenses y el resto de los blancos que ahora son motivo de una cacería humana son antes que nada políticos perseguidos y como tales tendrían derecho a asilo político? ¿Porqué hoy nadie habla del derecho de asilo de Tarek Aziz por ejemplo?
Hace unos días, el Pentágono escribió un bonito epílogo para esta historia de conmoción y pavor para la humanidad. Montó la escena en el emblemático portaviones Abraham Lincoln y disfrazó al presidente George Bush de piloto de cazabombardero, con todos los arneses y la parafernalia. Ahí, como representante del superpoder que controla el mundo, Bush dijo que las "operaciones mayores terminaron" y Estados Unidos prevaleció por encima de los enemigos de la democracia y la libertad. Pero agregó que todavía "queda trabajo por hacer" para arrancar de raíz los remanentes de las fuerzas de Hussein. ¿Quién no vio esa transmisión, tan vistosa como una escena propia de los Power Rangers o los X Man, tan espectacular que puede superar en efectos especiales esas imágenes que llegamos a ver en tiempo real de un Bagdad incendiado reflejándose en tonos naranja sobre el río Tigris?
Fue una escena que intenta ocultar que está sembrada la semilla de una larga y dolosa historia de resistencia para los iraquíes. No la resistencia heroica que anunció el periódico oficial que dirigía Uday Hussein, Babel, en su última edición, antes de desaparecer para siempre: "Sí, esto es patriotismo".
Los iraquíes que han enterrado a sus seres queridos, abatidos solo por el pecado de haber atravesado sus vidas en la ruta de las bombas y los cañonazos y los disparos de una tropa invasora y atolondrada. No puede haber perdón. Nadie puede decir cuanto tiempo incubará esa rebeldía, pero esta pregunta no es descabellada ¿Serán las nuevas generaciones de iraquíes los que repitan la intifada palestina?
Por lo pronto, hoy ha desaparecido un régimen y toda una forma de organización de una sociedad que durante diez años fue aislada y satanizada, a la cual le fue incautada su economía. Muchos reducen la definición del régimen de Hussein con un juicio: era un sátrapa, era una tiranía.
Dos compañeros de La Jornada estuvimos en Bagdad durante tres semanas y hasta el día 14 de abril, un periodo de tiempo clave, cuando faltaban seis días para el inicio de los bombardeos. Intentamos enfocar nuestra atención, en tan poco tiempo, en conocer y sentir no al régimen sino al pueblo iraquí. Es importante aclarar que nuestro acercamiento fue parte de una iniciativa de un grupo de mexicanos preocupados por las consecuencias de un ataque unilateral e ilegal contra Irak y respondió a una invitación del Partido Socialista Panárabe (Baas) .
Cuando llegamos a Bagdad era evidente que, después de los muchos esfuerzos diplomáticos en el mundo, la razón y la resistencia de muchos países y de una movilización planetaria sin precedentes contra la guerra, iban a ser finalmente arrolladas por la determinación de Washington y Londres de avasallar a Iraq, a cualquier costo.
En mi caso, era mi primera visita al Medio Oriente y entre las impresiones de un universo diferente que empezaba a descubrir, tenía la vaga impresión de que era un mundo condenado a desaparecer dentro de poco. En medio de la amenaza, me admiró la entereza del pueblo que enfrentaba su vida cotidiana con dignidad, sin fatalismo.
En las naciones fronterizas se había acumulado un potencial destructivo de alta tecnología nunca visto en la historia. Con largos y pausados plazos, el Pentágono y la Fuerza Real Británica movieron a través de los océanos a 250 000 hombres, decenas de portaaviones y divisiones enteras de artillería pesada para desplegarlas estratégicamente en los países circundantes a Irak. En el sur y en el norte, en las zonas de exclusión, se habían multiplicado los bombardeos de "rutina" y cada día se producían más señales de que el ataque era inminente. La prensa y la televisión locales silenciaban estas informaciones y la población no tenía acceso a otras vías de comunicación, ni televisión por cable ni internet. Pero la información trascendía. Solo se esperaba el momento en el que George Bush diera el banderazo para el ataque.
Justo durante los días que la misión permaneció en Irak, en Estados Unidos se decidió hacer público el estallido experimental de la MOAB, que, contra lo que popularmente se cree, no significa la Madre de todas las bombas, por sus siglas en inglés, sino Bomba de explosión de aire masiva. Pesa 9,500 kilos y equivale, por su capacidad destructiva, a una pequeña bomba nuclear. Y se anunciaba también la posible utilización de la Bomba E o bomba de microondas, que despide finos filamentos que en cuestión de minutos inutilizan el sistema eléctrico y todos los aparatos electrónicos de la zona afectada. También se dio a conocer el nombre con el que, con precisión perversa, el Pentágono decidió bautizar su operación militar: Shock and Awe, conmoción y pavor.
Estas noticias las conocíamos cuando finalizaba el día y nos dábamos una escapada al Hotel Al Rashid o el Palestina, dos de los pocos sitios donde se podía consultar el internet. Costaba trabajo conectar ese mundo del exterior con la forma como transcurrían los días para la sociedad de Bagdad. Esta parecía desenvolverse dentro de una burbuja, aislada del mundo exterior, ensimismada en su cotidianeidad.
Esos días se hablaba mucho de la construcción de trincheras en las casas, de la excavación de pozos, de los entrenamientos a los que acudían todos los ciudadanos organizados en los distintos sectores del Baaz, empleados del Estado, estudiantes, trabajadores. Pero lo cierto es que vimos muy poco de todo esto. Las trincheras eran pocas y mínimas y la sociedad realmente no parecía vivir un estado de alerta máxima.
Ibamos advertidos de los graves efectos sociales que había producido una década de embargo impuesto por las Naciones Unidas a Irak, los millones de niños afectados por desnutrición crónica, las tasas de mortandad infantil disparadas por la falta de agua potable y medicamentos, el irremediable deterioro de los sistemas de salud pública y educación.
Por conocer de los excesos autoritarios del régimen de Saddam Hussein, algunos también teníamos cierta aprehensión frente al discurso de nuestros interlocutores.
Las primeras impresiones, al entrar en contacto con la sociedad de Bagdad, fueron sorprendentes. Si bien superficialmente, pudimos ver un sistema educativo funcional, eficiente y con algunos rasgos notables. A raíz de la revolución baazista, las escuelas fueron nacionalizadas aunque se permiten algunos colegios privados. Antes del embargo, la juventud iraquí contaba con servicios educativos gratuitos desde la primaria hasta la universidad. El nivel educativo del país gozaba de prestigio en la región. A pesar de la influencia del Islam en la sociedad, las instituciones respetaban los mandatos constitucionales de un Estado laico, también en la educación.
El régimen de Irak era uno de partido único, con un modelo singular de socialismo y economía mixta y además estrictamente secular. Gracias a la riqueza petrolera y a un sistema de distribución de la riqueza, en los años setenta y ochenta Irak tuvo los menores índices de pobreza de todo el mundo árabe.
El hundimiento de la economía, debido al embargo, empujó a miles de familias a sacar a los hijos de las escuelas. La deserción escolar afectó principalmente a las niñas. Una tercera parte de la población infantil abandonó las aulas.
A pesar de que nos advirtieron que lo que pudimos apreciar en las escuelas y universidades era apenas una sombra de lo que fue en el pasado el sistema educativo iraquí, viniendo de México, con los altos índices de analfabetismo que padecemos y vemos crecer en el marco de la globalización, el nivel de educación de Irak nos admiró. Es notable el culto al conocimiento en todos los sectores, el marcado sentido de identidad nacional y cultural de la sociedad. La universidad nacional, la Mustansiriya, con una veintena de facultades de educación superior dispersas en la capital, tiene 18 anexos en los estados del país y con sus casi 1,300 años de existencia es un orgullo nacional para los iraquíes.
De nuestras entrevistas con mujeres, especialmente con mujeres intelectuales, fue una constante el énfasis sobre el margen de libertades del que gozan las mujeres iraquíes en una sociedad islámica. Insistieron en que en materia de género, Irak es sin duda el país más progresista del mundo musulmán, en parte por tratarse de un Estado laico y también porque en el ámbito de la religión, la lectura científica del Corán ha evitado, hasta ahora, el florecimiento de ideologías fundamentalistas, como las que sí prevalecen en naciones vecinas, como Arabia Saudita o Jordania.
Representantes de la iglesia católica y ortodoxa, sectores totalmente minoritarios pero pertenecientes a las clases medias y altas también, insistieron en reconocer el clima de tolerancia religiosa en Irak, excepcional en el mundo árabe. Una de las grandes preocupaciones de estas congregaciones es que justamente la caída del régimen pudiera romper los equilibrios del tejido social y permitir el fortalecimiento de sectores más ortodoxos, como los chíitas, el florecimiento de grupos fundamentalistas y con ello la intolerancia y la violencia contra estos sectores minoritarios.
Es cierto que el culto a la personalidad a Hussein nos pareció un rasgo enfermizo. En Occidente se juzga esto como un inequívoco rasgo de atraso del pueblo iraquí pero ¿y qué pasa en los reinos de Jordania y Arabia Saudita? ¿No existe el mismo culto a los monarcas?
Nos llamó la atención la ausencia de militares y policías en la capital, aunque pudimos percibir los estrictos controles de la policía secreta en la sociedad. El grupo mexicano, como todos los demás visitantes extranjeros, deben moverse siempre en compañía de funcionarios del Estado. Sin embargo, en todas las actividades fuera de programa pudimos recorrer la ciudad y entrar en contacto con la gente con plena libertad, en la medida en la que nos lo permitía la barrera del idioma. El control oficial sobre todos los medios de comunicación era bastante estricto y era evidente el alto nivel de censura.
En cuanto al partido Baaz, a pesar de la buena disposición de nuestros anfitriones, no hubo tiempo ni interés en ilustrarnos a fondo sobre las particularidades del sistema político. Sí tuvimos la oportunidad de entrevistarnos con un jeque de tribu, lo cual nos permitió atisbar este rasgo particular y ancestral del tejido social de los países árabes.
En los días de nuestra instancia en Bagdad el grupo de inspectores de la ONU trabajaba febrilmente y contra reloj en la destrucción de los cohetes Samoud. Al parecer, para el equipo de Hans Blix la tarea de detectar los inexistentes escondites de las armas de destrucción masiva, la causus belis de Estados Unidos, era ya una labor concluida y solo se buscaba la fórmula política para presentarle a los aliados Bush y Blair un resultado que no fuera rechazado a priori. El hecho mismo de que las exigencias de los estadunidenses se enfocaran coyunturalmente en la destrucción de armamento netamente defensivo como los cohetes Samoud era indicativo de que la tarea de los inspectores era ya inútil y que solo se esperaba el momento preciso, ya muy cercano, de anunciar el "fracaso" de esa gestión para romper las hostilidades.
Significativamente, entre la prensa extranjera y los escudos humanos se llegó a determinar como una señal de que "el momento había llegado" cuando los empleados de las oficinas de la ONU montaran a sus vehículos y salieran del país. Así, se anticipaba ya lo que constituyó a final de cuentas el testamento político de Kofi Annan, la retirada de la ONU de Iraq en el peor momento de su historia.
Respecto a la actitud de la gente frente a la amenaza cada vez más concreta de la invasión de Estados Unidos podemos citar dos rasgos. Por un lado, siempre en presencia de un acompañante del Estado, nuestros interlocutores demostraban una gran disposición combativa y repetían el discurso oficial acerca de un solo pueblo listo para repeler al invasor. Por ejemplo, nos dijeron que todos los integrantes de la Federación de Trabajadores de Irak, que aglutinaba de manera obligatoria a toda la fuerza laboral del país, se sumaría a las fuerzas de la resistencia. Nunca nos precisaron la cifra de trabajadores organizados pero lo cierto es que con la economía quebrada, el desempleo ascendía a tres cuartas partes de la población económicamente activa. Nos dijeron también que la Federación de Mujeres de Irak, también corporativa, había entregado armas a toda las sus afiliadas en condiciones físicas de combatir. Lo mismo ocurría en otros sectores: empleados del Estado, campesinos. El tema de la autodefensa, de las armas entregadas al pueblo, del entrenamiento y de la organización subterránea que ofrecería una resistencia indoblegable ante el avance del enemigo era repetido incansablemente y a la menor provocación. Era exhibido además en constantes desfiles y repetido varias veces en la televisión.
En términos generales y sin dejar de reconocer que el de Hussein era un régimen represivo y autoritario, un gobernante que dominaba por medio del terror a la población disidente, lo que vimos a mediados de abril es que el gobierno iraquí concitaba un fuerte consenso nacional.
Me viene a la memoria lo que durante una entrevista nos comentó el vicepresidente Tarek Aziz, cuando este respondía a nuestra pregunta acerca de lo que el gobierno estadunidense anunciaba ya como la gran insurrección de chiitas y kurdos para secundar a los invasores, cosa que no ocurrió, de hecho. El gobierno repartió armas a la población para su defensa desde hace años y les dio entrenamiento militar. ¿Porqué no habían volteado esas armas en contra del tirano? Los expertos en cuestiones militares coincidirán en afirmar que ni el mas sofisticado aparato de control interno podría amarrar las manos de un pueblo armado en esas condiciones si este decidiera derrocar a su opresor.
Pero la discusión sobre si Hussein era bueno o malo es a esta hora un debate anacrónico. En Irak el colonialismo está de regreso, en su peor forma.
Una mención especial merece el tema de los escudos humanos, los brigadistas, los pacifistas y todos los demás admirables peaceniks que en esos días tan negros se hicieron presentes en Bagdad con su grito de no a la guerra. En la prensa masiva este movimiento fue silenciado, cuando no escarnecido con desprecio e ironía. Pero fueron justamente las voces de aquellos que fueron y vieron y permanecieron y hablaron los que con sus testimonios lograron rasgar la densa cortina de humo de la desinformación y la propaganda patriótica, los que marcaron el contrapunto al concierto de mentiras pactado por el Pentágono y las grandes empresas periodísticas.
Yo me pregunto si dentro de algunos años habrá alguien que dirá que Irak fue destruido para evitar que un 11-S volviera a ocurrir. Si eso pasa, la sociedad civil del mundo tendrá que anotar sus esfuerzos en la lista de los fracasos.
En un debate reciente, Robert Fisk, el excelente periodista irlandés del diario Independent concluía su disertación en contra de la guerra citando una pregunta que hizo a los líderes de su país Amber Amundson, cuyo esposo, miembro del ejército estadunidense, murió el 11 de septiembre durante el ataque en contra del Pentágono. "Una invasión a Irak ¿realmente abrirá paso a una comunidad global más segura y cífica? Si ustedes deciden al final del día responder a la brutal irracionalidad del 11 de septiembre perpetuando la fórmula de la destrucción contra otros seres humanos, no lo hagan en nombre de la justicia, no lo hagan en nombre de mi esposo".