MENSAJE DE MONS. FELIPE ARIZMENDI ESQUIVEL
AL INICIAR SU SERVICIO
COMO OBISPO DE SAN CRISTOBAL DE LAS CASASSaludo a todos en el nombre de Dios Padre, de quien procede todo lo que somos y tenemos; en cuyas misericordiosas manos están nuestra vida y nuestra historia; quien dirige nuestro destino según el beneplácito de su voluntad. ¡La gloria y el honor sean para Él! ¡Que venga su Reino!
Les saludo en nombre de Jesucristo, cuyos dos mil años de Encarnación estamos celebrando en toda la Iglesia. Él es el único camino, la única verdad, la única vida. Él es nuestro punto de referencia y el criterio fundamental para discernir qué hacer y qué evitar, qué es bueno y qué es malo. Él es la plenitud de la revelación, a cuya luz se han de juzgar las religiones, las costumbres, las ideologías, las leyes, la historia, los gobiernos, las posturas y las actitudes eclesiales. Por ello, el lema de mi episcopado ha sido y seguirá siendo: ¡Cristo, único camino! ¡Sólo para Él sean la gloria y el honor!
Les saludo en nombre del Espíritu Santo, que guía a su Iglesia por caminos muchas veces misteriosos. Él es quien escoge a los pastores para conducir, apacentar y proteger a la comunidad eclesial. La fe nos hace descubrir que, más allá de las mediaciones humanas y de cualquier interpretación arbitraria, está la acción poderosa del Espíritu. ¡A Él la gloria y el honor!
Saludo a esta Iglesia de San Cristóbal de las Casas, que peregrina en los Altos, la Selva, la región Fronteriza y parte del Norte de Chiapas; Iglesia que me ha sido confiada por Jesucristo, y a la que puedo asegurar, ya desde ahora, mi amor de hermano, pastor, padre, maestro, esposo y servidor.
Saludo al apreciado y benemérito Tatic Samuel, cuyos cuarenta años de entrega pastoral valoramos y agradecemos, así como los cuatro años de Tatic Raúl. Saludo en Cristo a los abnegados sacerdotes, a las sacrificadas religiosas, a los apostólicos diáconos y catequistas, a los entregados seglares que desarrollan diversos servicios en la Iglesia, a los generosos seminaristas, a los hermanos de otras confesiones, a las autoridades civiles, a los legisladores, a quienes tienen la misión de procurar la justicia, a los militares, a los candidatos a puestos públicos, a quienes trabajan en los medios informativos, a los jóvenes, a los niños, a los ancianos, a las mujeres y a todos los miembros de esta Iglesia, así como a los que nos miran desde fuera, a los que se alejaron y a los que viven desconcertados. A todos, sin distinción, les ofrezco mi respeto y mi servicio.
Dedico un saludo muy especial a los numerosos hermanos y hermanas indígenas, que constituyen el 75% de la diócesis. La Iglesia los ama sinceramente; no los abandona, ni los traiciona. ¡No teman! Mi compromiso, desde Jesucristo, es estar con ustedes y continuar apoyando su promoción y liberación evangélica, para que sean sujetos de su historia y de la evangelización. Pido al Espíritu Santo que me conceda un corazón como el de Dios Padre y de Santa María de Guadalupe, nuestra Madre, para ser una presencia viva del amor preferente de Dios hacia ustedes. No traigo otra cosa para ofrecerles que a Jesucristo, como plenitud para su desarrollo integral y como punto definitivo de referencia para valorar sus culturas. Y siguiendo el ejemplo del Santo Padre Juan Pablo II, pedimos perdón a Dios y a ustedes, porque: "Muchas veces los cristianos han desmentido el Evangelio y, cediendo a la lógica de la fuerza, han violado los derechos de etnias y pueblos, despreciando sus culturas y tradiciones religiosas. Muéstrate paciente y misericordioso con nosotros y perdónanos, Señor" (12 de marzo de 2000).
Queremos seguir luchando, siempre por medios pacíficos, para que se reconozcan sus justos derechos, dentro del concierto de las demás razas y culturas que conforman nuestro país. Debemos continuar la búsqueda para ser una Iglesia inculturada, autóctona, siguiendo el perfecto ejemplo que Dios nos ha regalado en Santa María de Guadalupe, madre de todos los moradores de estas tierras, conquistadores y conquistados, indígenas, mestizos y españoles, sin excluir a nadie, aunque con un cariño y una confianza particular para Juan Diego. Este es el camino para la Iglesia, en todas las diócesis y comunidades.
Como lo expresamos los Obispos de Chiapas el 1 de enero de 1994, comprendemos las razones de quienes se levantaron en armas y apoyamos sus justas exigencias. No puede haber paz verdadera y permanente, mientras subsistan graves injusticias, marginación y exclusión. Pero Jesucristo, en quien muchos de ellos creen, no acepta el recurso a métodos violentos.
Apoyarse en las armas para impulsar el cambio que México requiere, provoca una omnipresente militarización y, como lo demuestra la experiencia de numerosos países, puede desencadenar una riesgosa aparición de grupos paramilitares. La violencia siempre engendra una espiral interminable de injusticias, odios, venganzas y muertes. Las armas provocan más pobreza y miseria. Las guerrillas inducen a los ejércitos a modernizarse y a gastar en implementos militares lo que se podría destinar para aliviar el hambre de los pobres, endeudando más al país.
Es legítimo exigir la transformación integral del sistema político y económico del país y del mundo, como lo hace constantemente la Doctrina Social de la Iglesia; pero no es válido condicionar la suerte de los indígenas a una ideología radicalizada, violenta y excluyente. En toda negociación, se requiere humildad para escuchar y aceptar al otro, paciencia y capacidad de perdón mutuo, esperanza de volver a empezar, apertura de mente y de corazón. Con orgullo y prepotencia, nunca se avanza.
En nombre de Dios Padre, que es amor; de Jesucristo, quien vivió y murió amando y perdonando; del Espíritu Santo, que es fuego de caridad y de armonía; de Santa María de Guadalupe, que congrega a sus hijos de diversas culturas en un solo corazón; pido a todos cuantos están enfrentados, a zapatistas y militares, a indígenas y mestizos, a finqueros y "avecindados", a ganaderos y campesinos, a empresarios, comerciantes y empleados, a simpatizantes de diversos partidos: Ámense como hermanos.
Reconcíliense con Dios y con los demás. Perdonen las ofensas recibidas y pidan perdón a quienes hayan ofendido. Respeten los derechos de los pobres, paguen lo justo a sus trabajadores, no exploten ni desprecien a los indígenas. Sean creativos, para buscar nuevos pactos de paz, en justicia y en verdad. Esta es la voluntad de Dios y no nos dejemos engañar por otros guías. ¡Cristo es nuestro único camino!
Que el Ejército mexicano sea respetuoso de los derechos humanos y de los límites que le impone la Constitución, y que nadie se deje convencer por quienes alientan la formación de organizaciones paramilitares. No acumulen más armas y nunca levanten la mano contra sus semejantes. Tengan en cuenta el mandato divino: "No matarás".
¡No más divisiones! Ninguna raza o persona es superior a otra, pues todos somos hijos de Dios y hermanos en Cristo. ¡Es tiempo de reconciliación y de fraternidad! ¡Chiapas tiene hambre y sed de paz! ¡Nunca más la guerra!
El Gobierno y la Sociedad Civil, por su parte, tienen una grave responsabilidad. Se debe incrementar el esfuerzo ya realizado para resolver a fondo los graves desajustes sociales, políticos, económicos y culturales de los campesinos, indígenas, obreros y empleados, no sólo de Chiapas, sino de todo el país. Hay que cuestionar el sistema económico reinante en el mundo actual, que privilegia a los capitales especulativos y tiene como única ley la ganancia en un mercado globalizado, excluyendo a quienes no tienen suficiente capacidad adquisitiva. Hay que implementar modelos nuevos de economía justa y solidaria. Hay que promover el trabajo común organizado y una globalización de la solidaridad. Por ello, convoco a empresarios, a instituciones y a personas de buena voluntad, para que nos apoyen en la constitución de un fideicomiso, o algo semejante, administrado por la misma diócesis, para intensificar en esta región más programas de desarrollo económico, educativo, social, cultural y religioso. No basta criticar lo que falta; es necesario hacer visible la solidaridad. Nada avanzamos con descalificaciones mutuas; lo que importa es unirnos para vencer la pobreza.
Si queremos paz social en todo el país, hay que unir esfuerzos para atacar la miseria, que es fuente de violencia e inestabilidad.
A los legisladores compete la delicada tarea de implementar leyes y medidas que tengan en cuenta los derechos y las necesidades de los más marginados, tan numerosos en nuestro país. Un tema pendiente de la actual legislatura federal es el relativo a derechos y cultura indígenas. Sería una irresponsabilidad histórica no hacer avanzar nuestra legislación en esta materia, sólo por la incapacidad de lograr consensos entre partidos.
Chiapas puso el tema sobre el tapete, pero son los indígenas de todo México los que importan, no sólo los de un grupo.
Al dar mi mensaje sobre estos temas, no pretendo hablar como sociólogo, político o promotor social. Mi inspiración es la fe en Jesucristo y el amor a su Iglesia, a México, a Chiapas y a los que sufren. Soy un discípulo de Jesús y un servidor del Reino de Dios. Mi tarea es ser un medio por el cual se hagan presentes el amor, la gracia y la misericordia de Dios, para que los fieles sean santos; por tanto, para que haya verdad y vida, justicia y paz, reconciliación y fraternidad. Esta es la línea y la postura con la que estoy identificado. Mi única opción es Cristo, como decimos en el Documento de Santo Domingo: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, Buen Pastor y Hermano nuestro, nuestra única opción es por ti" (SD 303).
Optar por Cristo, sin embargo, no es un espiritualismo alienante; es un compromiso que exige dar la vida por Él y actuar conforme a sus preferencias. Por ello, como todos los obispos, sacerdotes, religiosas y demás cristianos, debo y quiero amar preferencialmente a los pobres. Esta no es una tendencia ideológica en la Iglesia, un oportunismo político, o un discurso para agradar a algunos. El amor preferencial a los pobres es una actitud esencial a la Iglesia; es lo que marca su identidad y su fidelidad a Jesús. No es algo optativo, que podamos asumir o no, según gustos o ideologías personales.
Si no le damos la fuerza necesaria a este amor preferencial, no somos la Iglesia de Jesús. Si pasamos indiferentes ante quienes más sufren, quedamos descalificados incluso como cristianos. Nuestra esencia es el amor, porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, que es amor. Y el amor se demuestra con todos, en especial con quien ha sido despojado y está abandonado al borde del camino. Por eso, quienes tienen más posibilidades económicas u ocupan puestos de poder, no pretendan que la Iglesia abandone esta prioridad, pues sería traicionar su misión. Sin embargo, esta opción evangélica no se debe usar como bandera política, o como una forma de legitimar con lenguaje religioso una opción partidista, una postura ideológica o una lucha de clases.
En este sentido, la opción por los pobres no es exclusiva de alguna diócesis, de algunos obispos, sacerdotes y consagrados; es esencial a nuestro ministerio. Cada uno la ponemos en práctica de acuerdo a las necesidades particulares de cada lugar y a nuestro carisma personal; pero doy fe de que los Obispos mexicanos estamos al lado de los pobres. Gritar que "queremos Obispos al lado de los pobres" es una exigencia evangélica y nos hace bien que nos lo manifiesten, pero me da la impresión de que, quienes lo piden, ignoran lo que muy meritoriamente hacen tantos hermanos Obispos en sus respectivas diócesis, donde están dando la vida por los más necesitados. Todos los Obispos tenemos la misión, en Cristo y por Cristo, de estar al lado de quienes sufren y son pisoteados en sus derechos, como son sobre todo los indígenas. En eso no se puede retroceder. No podemos traicionar esta exigencia que viene directamente del Evangelio, de la vida y la actitud de nuestro único camino, que es Cristo.
Al respecto, algunos se preguntan si voy a continuar la línea seguida por el querido Tatic Samuel, con quien colaboró arduamente Tatic Raúl, o si vengo con instrucciones de "desmantelar" su obra. No teman. Tanto para Don Samuel y Don Raúl, como para mí, nuestra única inspiración es Jesucristo; nuestra luz es su Evangelio; nuestra ruta está marcada por el Magisterio de la Iglesia, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II. No podemos inventar una Iglesia distinta a la que Jesús fundó. Si yo viniera a dar marcha atrás en el amor preferencial a los pobres y en la promoción integral de los indígenas, le fallaría a Jesucristo, a la Iglesia y a mí mismo, pues quien ha hecho la opción, única y total, por Jesucristo, debe parecerse a Él, que fue todo amor y servicio a los más necesitados. Y si cualquiera de nosotros se apartara de este camino, tenemos el recurso del acompañamiento pastoral, paterno y fraterno, del Santo Padre Juan Pablo II, de sus inmediatos colaboradores y de la propia Conferencia Episcopal.
Sin embargo, todos somos distintos, gracias a Dios. El Espíritu concede a cada uno diferentes dones, todos para la edificación de su Iglesia. Por tanto, no me pidan que sea como mis predecesores. Aprecio sus múltiples cualidades y reconozco mis limitaciones. Cada uno aportamos lo mejor que somos y tenemos. Cada quien tiene su tiempo y su momento. Yo no vengo a competir, ni a destruir, sino a complementar lo que sea necesario para una buena conducción de esta porción de la grey del Señor.
Los Obispos somos servidores de Jesucristo y pastores de la Iglesia, no pretendientes de un poder civil. No somos dueños de las diócesis, para disponer de ellas como queramos. Quien guía a la Iglesia es el Espíritu Santo y nosotros no pretendemos acapararlo, ni reducirlo a una sola línea de acción pastoral, pues se manifiesta en los fieles de múltiples formas.
Nuestra misión es discernir los caminos del Espíritu y armonizar los carismas que El libremente concede a personas, comunidades y movimientos, siempre en comunión con Pedro y bajo Pedro, con un gran respeto a las legítimas diferencias. Por ello, uno de los mayores retos será continuar los esfuerzos que se han hecho por reconstruir la unidad al interior de las comunidades.
He leído con detenimiento el documento final del recientemente concluido III Sínodo Diocesano. En general, lo encuentro conforme al Magisterio de la Iglesia; por tanto, ratifico su validez jurídica y espero que elaboremos pronto, conforme a sus inspiraciones, el Plan Diocesano de Pastoral. Aunque algunos pensaron el Sínodo como una forma de asegurar una determinada línea pastoral, el Espíritu Santo sabe guiar a su Iglesia. Animo a todos a asumirlo, con un espíritu abierto de comunión eclesial, para que oriente nuestro caminar diocesano. Oportunamente propondré algunas complementaciones, insistencias y precisiones que considero necesarias.
En todas partes y en todas las culturas las Iglesias deben ser autóctonas, encarnadas en las realidades, que con frecuencia son pluriculturales; pero no deben ser autónomas, es decir, independientes y aisladas de la comunión eclesial. Estar en comunión con el Sucesor de Pedro y con la Conferencia Episcopal, es una garantía para no caer en el peligro de parcializar a una Iglesia local.
Aprecio la entrega generosa y sacrificada de los 65 sacerdotes (32 incardinados, 28 religiosos y 5 en servicio temporal; de los 65, siete están fuera de la diócesis, cuatro son extranjeros y sólo 10 son chiapanecos), que desgastan su vida sirviendo al millón y medio de habitantes que conforman esta diócesis. Agradecemos a quienes han venido de otros Estados y Países, así como a las Ordenes y Congregaciones Religiosas, que desde hace años colaboran arduamente en la evangelización de esta zona. Ratifico a todos, transitoriamente, en sus respectivos cargos.
Hay 37 parroquias, algunas sin sacerdote, y otras que esperan ser erigidas. Hay muchas comunidades a donde sólo llegan los servicios de los diáconos permanentes y de los catequistas. Ante esta escasez de presbíteros, suplico a mis hermanos Obispos y a los Superiores de Institutos Clericales de todo el país que den muestras de solidaridad con esta Iglesia, y nos manden algunos de sus sacerdotes, que sean hombres de Dios y de oración, que tengan un corazón misericordioso con los pecadores y los que sufren. Que sean fieles al Magisterio de la Iglesia, equilibrados en sus juicios y creativos, sacrificados y sencillos. Que valoren la comunión eclesial con el Obispo, con el Papa y con el resto del Pueblo de Dios. Que tengan una sensibilidad especial para amar con preferencia a los pobres, sin posturas excluyentes. No es signo de comunión eclesial el que, mientras otras diócesis del país tienen suficiente clero, aquí padezcamos carencia.
Necesitamos incrementar la pastoral vocacional sacerdotal, para que nuestro Seminario Diocesano no sólo sea suficiente para las necesidades de la diócesis, sino que, como hace años, sea capaz de ayudar a otras Iglesias. Aliento a los 14 alumnos del Seminario Menor y a los 6 del Mayor (2 en el Curso Introductorio, 2 en 3º. de Filosofía, 1 en 1º. y otro en 2º. de Teología), para que se preparen a ser una transparencia viva de Jesús, buen Pastor. Hago un llamado a los jóvenes, indígenas y mestizos, para que, si el Señor les da signos de llamarlos al sacerdocio, sean generosos en responder a esta vocación. No tengan miedo. Vale la pena consagrar nuestra vida al Señor y a su Iglesia. El celibato, incluso para los indígenas, es un estilo de vida que se puede vivir en plenitud y que en nada disminuye nuestra personalidad, contando con la gracia del Señor. Los más de doscientos sacerdotes y casi trescientos seminaristas indígenas que hay en varias etnias del país, son una señal clara de que el celibato no es obstáculo para ser sacerdote indígena. Uno de nuestros retos será continuar la búsqueda de una formación sacerdotal inculturada.
Valoro la generosidad apostólica de las 173 religiosas de 26 Institutos Consagrados, que en diversos servicios están entregando su vida. Son una imagen viva de María y de las demás mujeres que acompañaban a Jesús y a sus apóstoles. Necesitamos su presencia femenina y materna, reflejo del amor de Dios Padre, que nos ama con un corazón lleno de detalles maternos. Les animo a seguir viviendo su vocación entre nosotros y ojalá diversas Congregaciones del país nos envíen muchas religiosas llenas de bondad, sencillas, centradas en Cristo Eucaristía, dispuestas a servir a todos, en especial a los más pobres, impregnadas de amor a la Iglesia y al Papa. Anhelo que, tan pronto sea posible, tengamos religiosas contemplativas, para que, con su oración y su sacrificio, sostengan la fidelidad de nuestra diócesis.
El servicio de los 334 diáconos permanentes y de los casi 8,000 catequistas, con la colaboración cercana de sus esposas, ha sido de primera importancia en esta diócesis. Si no fuera por ellos, la Palabra de Dios y los Sacramentos no llegarían a las más distantes comunidades. Sin su dinamismo, muchos programas de promoción humana no serían posibles. Les agradecemos su generosísima entrega y les animo a continuar viviendo su vocación eclesial. Espero que podamos seguirles ofreciendo más medios para su formación, como indica el Magisterio de la Iglesia.
Invito a los seglares que viven su vocación en escuelas, hospitales, cargos públicos, empresas, ámbitos legislativos, judiciales y militares, partidos políticos y demás estructuras temporales, que allí den testimonio de su bautismo, por medio de un compromiso sostenido por la justicia, por la verdad, por la paz y la fraternidad. Todos somos indispensables para que en Chiapas se haga presente el Reino de Dios.
Agradezco a quienes trabajan en los medios informativos y les ruego que nos ayuden a sentar bases firmes para la paz y la reconciliación, difundiendo lo que construye armonía y justicia, no sólo lo que divide y confronta.
Pido a quienes, por muy diversos motivos, se han alejado de la Iglesia diocesana, que renueven su esperanza y su fe. Hagamos cuanto sea necesario para reconstruir la unidad eclesial. Dejemos atrás desconfianzas, recelos y condenaciones. Este Año Jubilar por la Encarnación de Jesucristo es tiempo de gracia, de reconciliación, de volver a Dios, a la Iglesia y a los hermanos.
Finalmente, agradezco a todos su presencia en esta celebración, que es un signo elocuente de comunión eclesial. En particular, valoro en gran manera la participación del Sr. Nuncio Apostólico, Mons. Leonardo Sandri, de nuestros Sres. Cardenales y de mis hermanos Obispos, que amablemente retrasaron el inicio de la LIX Asamblea Plenaria, para estar hoy aquí.
Reitero mi reconocimiento a Mons. Raúl Vera López y, en especial, a Mons. Samuel Ruiz García. La huella de sus 40 años entre nosotros será memorable. Esta es su casa y su familia. Regrese las veces que desee. Y que su oración nos acompañe siempre.
Agradezco a los sacerdotes de los tres presbiterios chiapanecos, presentes casi en su totalidad. Que continuemos cada vez más unidos. Agradezco a los religiosos y religiosas, a los seminaristas, a los diáconos y catequistas, a todo el pueblo fiel, a familiares y amigos. Y termino con un recuerdo agradecido para la querida diócesis de Tapachula, que guió mis primeros nueve años como Obispo. Seguimos estando cerca, no sólo por la geografía, sino por la oración, por el afecto y por el servicio eclesial. Agradezco también a las diócesis de Tuxtla Gutiérrez y Toluca, y a cuantos nos acompañan hoy, física o espiritualmente.
Ruego a todos un recuerdo constante en su oración, para que Dios Padre me conceda, por medio de su Hijo, los dones del Espíritu que más necesitaré, sobre todo la sabiduría, la prudencia y la fortaleza. Que la Virgen María, San José y San Cristóbal intercedan por mí y por esta Iglesia, para que seamos un signo elocuente del Reino de Dios.
San Cristóbal de las Casas, Chiapas,
1 de mayo de 2000
Gran Jubileo de la Encarnación+ Felipe Arizmendi Esquivel
XXXVI Obispo de San Cristóbal de las Casas