La guerra y la paz*Hermanas y hermanos de México y del mundo:
Este día nuestra voz tiene la fuerza de innumerables millares de voces. El día de hoy nuestras manos se enlazan con millones de manos en el mundo. Hoy nuestra palabra vibra en muchos idiomas y se desprende de incalculables millares de labios.
Nuestros pasos han recorrido e inundado hoy ciudades de Medio Oriente, Europa, Africa y de nuestro inmenso y herido continente. Nos enlazamos con la palabra, las voces y las manos a los hombres y las mujeres del mundo. Es la fuerza de la paz. Es la fuerza de los pueblos.
Desde este Angel de la Independencia venimos a decir ¡no! a la guerra que un puñado de gobernantes estadunidenses quiere volcar sobre Irak. No es una guerra del pueblo de Estados Unidos. Jóvenes, ex militares, profesores, trabajadores, intelectuales, cinco mil poetas y alcaldes de 90 ciudades de Estados Unidos han dicho no a esta guerra. Tampoco la desean los pueblos de Inglaterra, España, Italia o Turquía. Es la guerra no de los pueblos, insisto, sino de un puñado de gobernantes que a nombre de los pueblos, que a nombre de la vida, de la libertad, de la justicia, quieren acabar con nosotros, acabar con nuestros pueblos, destruir la vida, la libertad, la justicia. Venimos a decir: "¡no a esta guerra, no en nuestro nombre!"
Este grupo de gobernantes cree que no tenemos memoria. En los años ochenta, dos años después de que aviones israelíes destruyeron el reactor Osirak, eje del programa nuclear iraquí, el entonces presidente Ronald Reagan envió como representante personal ante Saddam Hussein al joven político Donald Rumsfeld. Llegó el ahora secretario de Defensa hace 20 años a Bagdad para renovar las relaciones diplomáticas, militares y comerciales. Un apoyo peculiar, a partir de ese momento, estuvieron brindando a Hussein los gobiernos de Ronald Reagan y George Bush padre: dinero y las materias primas necesarias para iniciar la producción de armas de destrucción masiva. El enemigo del momento para los gobernantes de Estados Unidos no era Irak, pues, sino Irán. Entre los años de 1985 y de 1988 los gobernantes estadunidenses aprobaron el envío a Irak de 70 provisiones de microorganismos, entre ellos la bacteria ántrax. La familia Bush y políticos como Donald Rumsfeld recuerdan hoy la ayuda que prestaron a Sadam Hussein hace más de veinte años en materia de armas químicas, biológicas y nucleares. A los gobernantes de Estados Unidos les sucede lo que a las mejores familias de la mafia: sus mejores amigos de ayer son sus peores enemigos de hoy. Ayer, Osama Bin Laden fue un héroe para Reagan en la lucha de Afganistán contra los soviéticos; hoy es la cabeza del terrorismo mediante el cual justificó Bush la invasión de Afganistán. Ayer, ayudaron a Saddam Hussein para que iniciara la producción de armas de destrucción masiva; hoy quieren derrocarlo e invadir Irak por haber aceptado esa ayuda.
Estados Unidos necesita para su consumo doméstico la cuarta parte del mercado mundial del petróleo. Las mayores reservas de petróleo se encuentran en yacimientos de Medio Oriente, en particular de Arabia Saudita y de Irak. En otras palabras, no era necesario para Estados Unidos comprobar a plenitud los nexos de Afganistán ni de Al Qaeda con los atentados en Nueva York y Washington, ni ahora comprobar los nexos de Hussein con Al Qaeda ni confirmar la producción iraquí de armas de destrucción masiva, sino asegurar por cualquier medio el control militar, político y económico del petróleo de esa región. Es decir, a ese puñado de gobernantes estadunidenses no le basta la seguridad comercial, la amistad internacional, el libre mercado de los hidrocarburos, el respeto a la vida de los pueblos ni el estatus de socios comerciales, sino el control militar y económico total.
Por eso deciden plantear al mundo una guerra nueva, diferente, que bajo el concepto de lucha contra el terrorismo les autorice a definir los espacios, países, gobiernos, dirigentes y movimientos sociales que tendrían derecho a existir o merecerían la guerra. Este reajuste político y militar no constituye tampoco una propuesta de solución ni de mejoramiento de las condiciones sociales, económicas, políticas o militares de los pueblos que habitan las zonas designadas como ejes del mal, sino solamente una recomposición militar de acuerdo con los intereses de los gobernantes de Estados Unidos y de los grandes consorcios petroleros. El poder que ha vencido en la guerra fría no se propuso construir una nueva paz entre los países, no se ha propuesto construir un mejor ser humano; desea encontrar nuevos enemigos y justificar nuevas injustificables guerras. Es aquí donde la voz solidaria de los pueblos del mundo se convierte en la conciencia de los pueblos del mundo. Esta conciencia, que es la paz; esta fuerza solidaria con que se construye la paz, ha venido a decir hoy, aquí, ¡no a la guerra!
No a esta guerra de un puñado de gobernantes estadunidenses que ha desafiado y presionado a la ONU para que convalide su intención de invadir Irak a fin de controlar las reservas petroleras del Medio Oriente sin que importen las pérdidas humanas ni las devastadoras consecuencias ecológicas y económicas que ocasione al mundo. Nos oponemos a esta guerra por los millones de muertos y desplazados que se generarán en Irak y en toda la región; por la catástrofe que implica la guerra despiadada y porque desencadenará nuevos actos de terrorismo. Un ataque unilateral destruiría el derecho internacional, el multilateralismo de las relaciones internacionales y la existencia misma de las Naciones Unidas.
Los gobernantes estadunidenses se han erigido como protectores y jueces del mundo. ¿Quién los nombró? ¿En qué votación democrática pedimos su protección? ¿Quién les dijo que pueden juzgar a quienes quieran y no ser juzgados por nadie? ¿Con qué calidad moral dedican miles de millones de dólares al diseño y producción de armas de destrucción masiva y cuestionan a otro país por hacerlo a sabiendas de que ellos mismos lo indujeron a hacerlo? ¿Con qué calidad moral los que bombardearon inecesariamente Hiroshima y Nagasaki y arrojaron napalm en Vietnam pretenden devastar a un país debilitado por 13 años de embargo meses después de haber invadido al país más pobre de la tierra, como lo es Afganistán? Ningún gobierno tiene derecho a utilizar ese armamento en contra del mundo.
Estamos aquí para advertir a la ONU que la resolución que autorice el ataque a Irak equivaldría a legitimar el genocidio. Estamos aquí para decir a los mexicanos que es necesario oponernos en todos los espacios posibles a esta guerra, porque también es contra nosotros. Si hoy invaden Irak por su petróleo, ¿quién nos puede garantizar que mañana no vendrán por el nuestro, por nuestra agua, nuestras especies, nuestro maíz, nuestros recursos naturales? Hoy defender al pueblo iraquí es defender nuestro derecho a la vida, el derecho de todos los pueblos a la vida. ¡Hermanos iraquíes, hermanos de todo el mundo, no están solos! ¡No estamos solos! Nos quieren hacer creer que la guerra es algo lejano y ajeno, pero no es así. Es un proyecto de reorganización del mundo que ha acaparado las tierras de Brasil, militarizado Colombia e intervenido en Venezuela, que está aniquilando y expulsando al pueblo palestino, que impide la autodeterminación al vasco y mantiene el bloqueo al cubano. A este proyecto no le importa que el hambre y el sida se extiendan en Africa como las peores epidemias de todos los tiempos; que Argentina haya caído en la crisis socioeconómica más severa de su historia; que nuestro país prosiga desmantelando su producción nacional; que se impongan leyes laborales que socavan los derechos de los trabajadores; que se mantenga la guerra de baja intensidad y se boicotee la autonomía indígena plasmada en los acuerdos de San Andrés, aún incumplidos.
Los poderosos tienen planes y sus planes tienen nombre: Plan Colombia, Plan Puebla-Panamá, Area de Libre Comercio de las Américas, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional. Sólo una fuerza global anclada en las luchas locales podrá resistir y construir un mundo distinto. Un mundo que no sólo sea el proyecto de los poderosos. Un mundo en el cual todos quepamos y todos los mundos sean posibles.
Hay una permanente abdicación de las soberanías en materia de política económica que los gobiernos actuales llaman modernización. Y en muchos países se confunde la estabilidad social con la violencia institucional de la pobreza, el analfabetismo o la desnutrición. Una nueva idea de la naturaleza del hombre y sus derechos lleva a los gobiernos a sancionar legalmente la exclusión de trabajadores en muchas regiones del mundo sometidos a índices de pobreza extrema o a rechazarlos bajo un estereotipo que los deshumaniza y que usualmente se llama trabajador o migrante ilegal. La miseria extrema cancela de manera definitiva el desarrollo intelectual, físico y político de millones de individuos en zonas urbanas y rurales del mundo. Esta cancelación de vida plena es en verdad equivalente a la cancelación de todos los derechos humanos.
Por ello la paz no es la ausencia de la guerra. Confundimos la paz con muchas facetas de la violencia. Confundimos la paz internacional con el sometimiento de los pueblos, con el nuevo colonialismo que se llama libre mercado. ¿Cuándo los pueblos del mundo acudieron a votar democráticamente por el neoliberalismo y el libre mercado? Libre mercado llaman los gobernantes de Estados Unidos a la expansión de los consorcios internacionales y a la imposición de las propias reglas de esos consorcios. Llaman libre mercado y modernización al sometimiento de pueblos y gobiernos a las reglas que esos consorcios imponen. De tal manera que no importa la pobreza del campo mexicano ni la pobreza de cualquier otro campo del mundo si, como aquí, se enriquecen 15 o 20 grandes empresas. ¿Esta es la paz internacional por la que lucha el actual gobierno de Estados Unidos? ¿Es la paz internacional por la que lucha el gobierno del cambio de Vicente Fox?
La paz es una fuerza. Es una voluntad. Es una tenacidad por construir, por vivir, por comprender, por no renunciar a la vida, por no dilapidar ni perder el instante en que pertenecemos a la vida y en que, ¿por qué no?, somos la vida. La paz es la tarea difícil y plena de dignificar al ser humano, de reconocer en el otro la misma dignidad y necesidad de vida que en nosotros. El actual sistema económico mundial va en un sentido opuesto al de nuestra dignidad. Tiende a transformar el conocimiento y la educación en una mercancía; no busca el saber como conquista humana, sino como conquista empresarial y comercial.
La guerra somete, avasalla, subyuga, esclaviza, despoja. La pobreza y el sufrimiento creciente de los pueblos del mundo no son resultado de una política mundial de paz, sino muestra de la violencia que se expande con el poder económico de un puñado de empresas transnacionales que se han apoderado con las armas del dinero del planeta. Y que quiere ahora apoderarse del gas y del petróleo de Irak, de Afganistán, del mar Caspio, del mundo entero. Quizás desde Bagdad a Libia, desde Venezuela a México.
Démosle el turno a la dignidad de la paz. Es hora de la dignidad de la vida. De la dignidad del mundo. Esta red de resistencia ya se escucha hoy. Se oye en este Angel de la Independencia. Se escucha en las ciudades que hoy protestan en nuestro país: Guadalajara, Monterrey, Cancún, Cuernavaca, San Cristóbal de las Casas, Ciudad Juárez, Tijuana, Puebla, muchas otras.
Esta red comienza a hablar y a escucharse en Francia, Alemania, Estados Unidos, Egipto, Australia, España, Italia, México. Esa red de resistencia grita ahora:
¡No a la guerra!
¡No al neoliberalismo!
Sí a la paz que nos torne dignos, constructivos.
Sí a la paz que nos deje nacer, crecer, comer, brindar, amar, cantar, pensar, reír, envejecer, descubrir, comprender.
Esa red grita muy fuerte a los poderosos, pero sobre todo a nosotros mismos: ¡otro mundo es posible!
* Discurso pronunciado por Carlos Montemayor el 15 de febrero de 2003
con motivo de la marcha "No a la guerra, no en nuestro nombre" en la Ciudad de México
Publicado en el periódico La Jornada, México (16-feb-03)