Mujer, indígena y pobre: La triple marginación

Pedro Sergio Becerra Toledo

Algunos historiadores señalan que, en nuestro país, la lucha de la Mujer por lograr la igualdad y el reconocimiento de sus derechos políticos comenzó en 1915, año en que las mujeres realizaron su "Primer Congreso Feminista" en Yucatán; sin embargo, tuvieron que pasar muchos años para que se vieran los primeros frutos de esta lucha.

Fue hasta 1953 cuando se reconoció constitucionalmente el derecho femenino al voto y con esto su inevitable ingreso a la vida política nacional. Otro año importante es 1974, fecha en que se estableció la igualdad de la mujer respecto al hombre en derechos y obligaciones sobre todo en la vía civil (capacidad jurídica contractual, patria potestad de los hijos, concubinato y divorcio) y en la laboral (protecciones laborales en caso de maternidad).

Sin embargo es importante reflexionar sobre la asignación que en realidad han tenido las mujeres en el seno familiar, las diferencias por cuestiones de género dificultan enormemente cualquier propuesta de igualdad, pues, aunque las mujeres y los hombres pueden ser iguales constitucionalmente hablando, en la práctica es distinto.

Además de las diferencias por cuestiones de sexo, existen también, las construidas entre hombres y mujeres a través de los procesos culturales y sociales. De ahí la importancia de insistir que a pesar de las medidas tendientes a lograr la igualdad social y laboral estos esfuerzos no significan nada, si al mismo tiempo no se promueve una reforma cultural en la sociedad y se hace visible la inequidad entre los hombres y las mujeres.

Otro aspecto importante es que la mujer se ha convertido hoy en día en la principal protagonista; madre, trabajadora, y ciudadana cuya situación la ubica en el nivel más importante de la sociedad. Una madre pobre, sin educación, ni capacitación y sin oportunidades laborales, extiende inevitablemente la marginación a sus descendientes, heredándoles la desigualdad y el retraso.

Y hay más todavía, en el caso de la mujer indígena esta problemática y lastre social, adquiere un matiz mucho más profundo y ancestral: LA TRIPLE MARGINACION (mujer, pobre e indígena).

Desde hace muchos años las mujeres, pobres e indígenas, han sufrido dolor, olvido, desprecio, marginación y opresión. Ellas, son las que más padecen al interior de la familia por no contar con servicios básicos, como agua potable, energía eléctrica, hospitales y caminos dignos para trasladarse.

Hoy en día en nuestro país la situación de los pueblos indios no ha cambiado mucho a través de los siglos, muchos niños, mujeres y ancianos siguen muriéndose de enfermedades curables, de desnutrición y de otros factores superados por la modernidad, son las mujeres las que más sufren desde el mismo día del parto en que ven nacer a sus hijos, hasta el día en que muchos de ellos mueren por falta de alimentación, pasando por el sufrimiento de verlos descalzos y sin ropa.

Son ellas, las mujeres pobres e indígenas, las que sufren diariamente al caminar kilómetros cargando la cubeta con agua en un brazo y con su hijo en el otro para llevar el vital líquido a su hogar. Desde niñas sufren el desprecio y la marginación.

En el seno familiar, la madre, la mujer, la paridora, la cocinera, ellas todas y una a la vez, no valen nada, no saben pensar, ni trabajar (las labores domésticas no equivalen al trabajo) , mucho menos decidir sobre su propia vida, además no tiene caso que vayan a la escuela, si están destinadas a servir al marido, este parecer ser el patrón generacional.

Y lo peor, una gran mayoría de los mexicanos, nos burlamos de su forma de vestir, de hablar, de su lengua, de su forma de rezar y de curar, del color de su piel, incluso de su olor. Les decimos que son cochinas, que no se bañan por ser pobres y por ser indígenas, que no tienen derecho a trabajar más que, en la tierra si están en el campo o de sirvientas si están en la ciudad.

Por todo lo anterior, no basta solo con crear programas, planes y demás propuestas para cambiar esta situación de las mujeres indígenas, indispensable es, que estos, se acompañen de una verdadera cultura de transformación en la forma de pensar y de actuar de nuestra actual sociedad. Esa cultura, que permita sentirnos regocijados de convivir con un pueblo indígena orgulloso de su forma de vestir, de hablar, de gobernar, de organizar, de rezar, de curar, de su forma de trabajar en colectivos, de respetar la tierra y de entender la vida, de entender la naturaleza y saber que forman parte de ella. Por eso como buenos mexicanos y principalmente como chiapanecos no sigamos permitiendo, que nadie ponga en vergüenza la dignidad de las mujeres indígenas.