FELIZ TERCER MILENIO EN EL 2001
Frei Betto


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Date: 15 Dec 99


La noche del 31 de diciembre al 1ro. de enero, millones de personas van a celebrar un equívoco: el inicio del siglo XXI y el del Tercer Milenio. Vamos apenas a ingresar en el año 2000, el último del siglo y del milenio. Basta la elemental aritmética para saber que un siglo, que reúne 100 años, no puede tener solamente 99. Ni dos milenios 1999 años.

La era cristiana fue calculada por el monje Dionisio, el Pequeño, en el siglo VI. Entonces, los europeos no conocían el cero, ya incluido en la matemática de los mayas y los indues. Por lo tanto, no teniendo el año 0, la decena, la centena y el millón solo se completan en el 10, en el 100 y en el 1000. Stanley Kubrick acertó al titular su film "2001, odisea en el espacio".

No está mal, para la alegría de las agencias de turismo, tendremos este año el festejo psicológico y el año que viene el cronológico. Pero, los más atentos saben que ya ingresamos, hace tiempos, en el año 2000 de la era cristiana. Dionisio, el Pequeño, erró en el cálculo de la fecha de nacimiento de Jesús. El rey Herodes murió en el año 4 A.C. Y, Mateo registra que Jesús nació "en el tiempo del rey Herodes" (2,1), probablemente entre los años 8 y 6 antes de la era cristiana. Lo que significa que, al ser asesinado en el año 30, él tenía entre 36 y 38 años de edad.

Hace cien años, hubo el mismo debate cuando el cambio de siglo, estuvo a punto de irritar al flemático "The Times". Cansado de la polémica, el periódico inglés dio un basta, en el editorial del 26 de diciembre de 1899: "El siglo actual solo se terminará el día 1ro de enero de 1901 no discutiremos más este hecho. Es una discusión tonta e infantil, que no debe hacer más que exponer el deseo de los cerebros de aquellos que se obstinan en mantener una posición contraria a la nuestra."

En los últimos meses, muchos cambian ante la pregunta: ¿en dónde usted va ha pasar la fiesta de fín de año? La mayoría pasará trabajando, para que los más afortunados se puedan divertir. Meseros, barmans, cocineros y empleadas domésticas verán a una persona gastar, en pocos minutos, lo que ellos no ganan ni en un mes de trabajo. Sin hablar de aquellos que pagarán una fortuna para trasladarse de su casa a un lugar simbólico en sus cabezas, como Nueva York, París o la isla Pitt, en Nueva Zelandia, dónde el Año Nuevo llegará primero.

Negociamos entre la vanidad de más adelante decir "yo estuve allá", y la ansia espiritual de vivir el rito de la transición. Esos ritos son raros en la vida, como el nacimiento, el ingreso a la mayoría de edad y el casamiento. En el fondo, vamos siempre en busca de nosotros mismos. Sin embargo, los seres narcisistas, necesitamos el espejo. De preferencia, los ojos ajenos. Pero no unos ojos cualquiera, sino aquellos de nuestros pares de condición social, prestigio o poder. Porque ya no sabemos ser felices sin provocar envidia en los otros. De ahí el miedo a la soledad, sobretodo para quien reparte mezquindad del alma en un momento de alegría.

¿De qué vale cambiar de año, de siglo y de milenio sin que haya cambios en nuestras vidas? Vivimos asaltados por los fantasmas proyectados por el propio deseo. Mañana tendremos que meditar, comer menos, andar más, dialogar con los hijos, tratar mejor a los subalternos, leer los libros amontonados, visitar al amigo enfermo.

Mañana, hoy, no. Hoy es la voracidad de los modismos, la administración de los bienes, los atropellos a los sentimientos, aquellas intenciones siempre aplazadas, las preocupaciones que desgarran el espíritu y deterioran el placer de vivir.

Los pueblos antiguos sentían la necesidad de renovar el mundo periódicamente. En la Mesopotamia, la creación del mundo se repetía ritualmente en las fiestas de Año Nuevo. Se celebraba la victoria de Dios sobre el vacío primitivo, como registra el "Génesis", que describe en sus primeros capítulos, el pasaje del caos del cosmos (misma raíz griega de cosmético, lo que se torna hermoso).

Sentimos también el deseo de renovar nuestras vidas, como Nicodemo que, al preguntar a Jesús de madrugada, recibió de él la invitación a nacer de nuevo, pero del Espíritu (Juan 3, 1-8). Introducidos inconscientemente en el ciclo muerte-resurrección, somos atraídos por la utopía de que "mañana será otro día", como asegura el poeta.

La fiesta de fin de año (-réveillon- en portugués) significa en francés, despertar en el paso de un día para otro. La noche del 31 de diciembre será apenas un momento de fiesta y confraternidad, ¿que tal dejar que el "parche informático del año 2000" arregle nuestras vidas, dejando en cero nuestros débitos de amor, y acatando la propuesta de Jesús a Nicodemo?